Si alguien nos pregunta acerca de qué hábitos saludables hemos adoptado (o deberíamos adoptar) en nuestro hogar, lo primero que nos viene a la cabeza seguramente es: una dieta equilibrada y ejercicio.
Sin duda, son dos prácticas imprescindibles que llevar a cabo en nuestro beneficio, y determinantes para el aprendizaje en el caso de los más pequeños, ya que sentarán las bases de una serie de actitudes positivas y de disfrute en relación con la alimentación y con el deporte. Sin embargo, vamos a centrarnos en indicar varias acciones o decisiones que podemos establecer en nuestra casa con el fin de procurar una vivienda saludable para nosotros mismos, pero también para nuestro entorno familiar. Si planteamos un núcleo familiar extenso, por ejemplo, como es el de contar con abuelos, padres, hijos, e incluso mascotas, entre los miembros que conviven, lo que es interesante señalar es qué puede aportar cada uno para favorecer un ambiente constructivo.
Todos a trabajar: reparto de tareas
Este enfoque de convivencia plantea, al fin y al cabo, la intervención de factores educativos, independientemente de la edad, que serán necesarios para lograr armonía, puesto que cada uno debe asumir e incorporar su propia misión a su rutina diaria. Como todo ecosistema, en un ambiente lleno de vida como es el de una casa habitada por adultos y niños, se necesita un equilibrio para funcionar de la mejor manera posible.
El reparto de funciones, la comunicación y la organización son las claves esenciales para promover una vivienda saludable.
- «Se tienen que compartir las tareas y se tienen que implicar todos en el desarrollo de la casa. Se puede ser flexible en qué hace cada una de las partes, que puede depender de cada una de las singularidades de la familia, de los tiempos que tienen o de otras variables, pero el punto de partida debe ser compartir esas labores», según apunta Guillermo Fouce, doctor en Psicología y presidente de Psicólogos Sin Fronteras.
- Por otro lado, es importante que existan espacios de comunicación, como, por ejemplo, la hora de la comida. Este es un momento en el que se recomienda no tener la televisión encendida ni llevar encima móviles u otras distracciones (tecnológicas, sobre todo), que hoy día hacen que nos aislemos y que lleguemos a interrumpir una relación tan básica como la de conversar en la mesa. En opinión de Fouce, «cuando se coma se debe comer en familia, para hablar entre ellos de todo: de cómo ha ido el día, pero incluso también de cómo se han distribuido las propias tareas en la casa. Es decir, es necesario que haya espacios para la comunicación afectiva entre toda la familia, y que sea, además, para eso, para comunicarse, no para ver la tele o hacer otras cosas».
- En tercer lugar, el que exista una organización es un elemento que facilita igualmente el bienestar en el hogar. ¿Cómo? Establecer horarios, las funciones de cada uno y que todas las partes de la casa estén estructuradas ayuda a mantener un orden del que, al final, disfrutará cada miembro de la familia, por lo que la consecución de esa meta es muy probable que aporte una satisfacción general, es decir, un sentimiento positivo común, que contribuirá a mantener esos hábitos.
- Asumiendo que los padres tienen una función directriz a la hora de proponer la organización de la que estamos hablando; quizá uno de sus cometidos también sea el de saber delegar o aceptar el modo en que las desempeñen el resto de miembros, pues esto formará parte del aprendizaje en las dos direcciones. Los abuelos, por ejemplo, siempre teniendo en cuenta sus posibilidades psíquicas y físicas, pueden ser un apoyo en el cuidado de los hijos, pero también una fuente de conocimiento, dada su experiencia vital, que transmita valores importantes a los más pequeños, como el respeto y el aprecio a nuestros mayores.
- Asimismo, independientemente de la edad que tengan los niños que viven en la casa, estos deben tener sus obligaciones y tareas propias, aunque sean ajustadas, y conviene que las realicen solos y a su manera. «Hay que adaptarles [a los niños] a sus responsabilidades, pero siempre van a poder tener responsabilidades, por ejemplo: recoger su habitación, su ropa, hacer su cama (aunque sea un “simulacro de hacer la cama”), recoger su plato e incluso participar en la elaboración de la comida para que se implique», explica Guillermo Fouce y añade, de nuevo, la importancia de la comunicación, con diferentes estrategias si se quiere, pero como una pauta de costumbre para una convivencia saludable: «En muchos casos, los padres no saben qué ha pasado o cómo le ha ido al niño en el colegio o en la guardería, por lo que hay que ayudarle a expresarlo, y una manera puede ser mediante una pequeña recopilación de dibujos o una especie de diario, aunque sea verbal (y, si no, escrito) al final del día. En esta línea, también es muy importante el que haya espacios de juego; el juego elabora, pues puede tener mucha carga simbólica, con asignación de papeles (“jugar a papás y mamás”), por ejemplo» y el identificar roles es otro modo con el que el niño aprenda y se comunique.